Hacía menos frío del esperado, o, quizá me abrigué bien. Pocas veces me he echado tanta ropa al cuerpo, y menos mal que llevaba donde guardarla a la hora de retirármela.
Como es normal, estos paseos me quitan fantasmas de la cabeza, me limpian la mente, aunque no se retira de mi cabeza lo ocurrido en París este fin de semana. Mi más sentido pésame a Francia y a las familias españolas que han perdido a alguien.
Bajaré andando desde donde se encuentra la moto. La bajada tiene una pendiente importante, piedras y parece estrecharse, y pienso en cómo dar la vuelta si se corta.
Pero no. Voy para arriba a por la moto y bajo, paso lo más problemático y al poco desemboco en la pista que luego cogeré para seguir la ruta, una vez haya visitado la ermita. Que ganas de quitarme ropa y sentirme más ágil.
La vista desde el otro lado del pantano, desde la carretera y Presa es increíble, y la que se me quedó metida entre ceja y ceja y que ha motivado volver por aquí.
Merece la pena volver.
Tras quitarme ropa, visitar y jugar un rato por los alrededores, continúo.
Larga pista, soledad salvo por el coche del Seprona y algún disparo de fondo de cazadores.
Este será el lugar elegido para almorzar salchichón de Navalilla, por las vistas y la hora.
Y si la pista anterior fue larga, la que viene ahora es de traca. Lástima que no haya más agua.
Ojo, en realidad es carretera, sin asfaltar.
Increíble sensación de soledad y libertad. Esto no se acaba.
Alcanzó la siguiente localidad a una difícil hora: No me va a dar tiempo a hacer el tercer tramo de los cuatro preparados. En bici, me encuentro a a 98 km de Madrid, y en coche a 152.
Debo volver. Hasta la autovía, después de unos kms de carreteras de tercer orden, me encuentro con una carretera de perfecto asfalto para ir a buen ritmo y disfrutar de las curvas y paisaje.
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