Esta es una historia vivida tras una idea creada hace más de un año.
Si bien no he aprovechado el tiempo que he tenido al máximo, sí he
conseguido sacarla adelante tal y como fue pensada para realizarla en menos
horas de las que he dispuesto ahora; Y eso ha sido bueno, pues, al final, ha
sido más descansado.
Lo malo, el murmullo constante de una fábrica cercana al camping, mi
torpeza de montar la tienda debajo de una farola y los últimos kms de regreso,
desde la bajada de El Molar por la A I, desde la que se veía perfectamente la
masa de polvo africano que ha acompañado la ola de calor que hemos tenido en
estos días, junto con el ascenso de la temperatura a medida que avanzaba hacia
abajo la pronunciada cuesta desde la salida de El Vellón.
El viaje comencé a disfrutarlo antes de lo esperado: el martes una vez que
superé el mismo lugar, la salida hacia El Vellón a eso de las seis y media de
la tarde; Empezaba a recibir aire fresco en el casco, y la luz de la tarde, el
campo, y el perfecto run run del motor y neumáticos mixtos, me llevaron a
Burgos capital repitiéndome “¡cómo me gusta viajar en moto!”.
Llegar al camping es fácil pues está muy bien señalizado. Llegas de tirón
siguiendo los carteles. El camping Fuentes Blancas es sencillo, no le falta
nada de lo necesario, bien sombreado y todo se encuentra limpísimo, así como el
terreno para montar la tienda y clavar piquetas. Bastante completo y cargado de
todo tipo de caravanas y autocaravanas procedentes en su mayoría de Francia y
Holanda, y a las que no dejan de acompañar bicicletas.
Sin embargo, a mi, me molestó en demasía el ruidito de la fábrica cercana y
el rodar del tráfico por la carretera cercana. Dormí poco, aunque la tienda,
colchoneta, almohada y saco elegidos me hicieron la noche muy cómoda. La farola
no me dio mucha guerra, y solo resultó anecdótica, por lo cómico de colocarme
debajo de ella.
Por la mañana, a las siete, salí del saco, recogí los trastos, recogí la
tienda del Decathlon redonda de persona y media en un pis pas (¡qué invento!),
me duché de nuevo por el placer de ducharme, y me fui a las ocho a tomar mi
desayuno calentito. Mi camisa de oveja me vino bien a esas horas y en ese
lugar. Y la “fresquera” – el chaleco para dar fresco una vez bien calado,
última adquisición- se quedó atrás cogido por la red para cuando pegara la
caló.
Carretera Nacional a Santander, túnel de Ubierna, curvitas rápidas y llegó
al ansiado Páramo de Masa y su puerto. Mola. Tiene su aquél Aquello, o quizá
sea yo el que le pongo esa energía especial al lugar. Recorro el Páramo por la
carretera y lo dejo para la vuelta, para cuando tengo pensado echar un vistazo
por ahí, buscar sus lagunas.
Tras unos 15 km de altiplano, comienza la bajada y cambia el paisaje
radicalmente, dando paso montaña bien verde, bien poblada de árboles, humedad,
agua, ríos caudalosos, y las hoces del Ebro. Al acabar la bajada y esas curvas
que no son para correr sino para disfrutar del paisaje, rocas y formas tras
cada curva, cruzas el Padre Ebro, e inmediatamente giras a la Izquierda a
Escalada y continuando una preciosa y bien asfaltada carretera llegas a
Orbaneja del Castillo, lugar más alejado de la ruta y meta que me ha quitado el
sueño el último año y medio.
No me ha decepcionado en absoluto;
Orbaneja es más de lo que esperaba, muy turístico
y con gentes de los de siempre. Pasear por sus calles entre diario es muy
agradable, como Palls, o Patones, o Pedraza, etc,, etc. Pero, tiene el
atractivo de su cascada y de la escalera que la acompaña y las montañas y
formas que rodean al pueblo. Es de visita obligada.
Bien empapado de pueblo, y abandonada la idea de subir a verlo desde lo
alto, cargado con la ropa de la moto, comienzo la vuelta. Esta será relajada,
pues tengo todo el día para regresar a Madrid.
Fotos, mucha parada, café, un
aldeano que me señala para llegar al siguiente pueblo por un camino en el que
encontraré un bellísimo rincón, también con cascada y gélida agua para permitir
al sudado cuerpo bañarse sin cascar como el cristal de un vaso al cambio de
temperatura,...
... una revista de la zona informando de rutas a pie, casas rurales,
con bellas fotos que me trago sentado en el balcón del café, y a partir de las
doce y media chaleco para paliar el calor que ya empieza a subir. Casi al final
de la carretera del Páramo me desvío en busca de las lagunas que se supone hay.
Encuentro una grande y me paro en el merendero de la de los Lobos. Ahí, como.
Sin ropa y bajo el sol no hace calor y repongo fuerzas.
Regreso a Burgos, tras visitar la bonita Iglesia de Masa, y las curiosas
cosas que tienen por las calles, algunas sin asfaltar. Allí pasa por delante de
mi una moto gris viejuna, con sidecar, dos personajes cargados de equipaje, en
dirección a Villadiego. Pero, no continué camino con ellos, pues en un desvío
yo me iba para el sur y ellos al oeste.
El GPS se volvió loco, y él a mi, por la mañana, para salir de Burgos, y
ahora, siguiendo la señalización es fácil cruzarlo, pero, está claro que lo tengo
desactualizado pues han debido construir mucha carretera por ahí últimamente.
Helado y repostaje para la Compi, la Transalp que va de maravilla. Solo
pide gasolina. Se me pasa el rato, y veo que es
posible una idea que pensé: desviarme en Aranda e ir a visitar a la
familia. Hago 30 kms tras una BMW no se cual, esa que tiene posición Trail, de
unos 160 cv que va algo más rápido del ritmo que llevo yo, pero, por eso de la
costumbre de ir un rato juntos, le sigo hasta el desvío.
En el pueblo me tomaré unos mantecados, y pasado un rato me pondré en
marcha por carreteras secundarias, hasta alcanzar la AI y rectito para casa,
con unos últimos kms sofocantes.
Y ya estoy pensando en la siguiente, sin bajarme de la moto. Veremos cuando
toca.
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